GUILLERMO QUINTERO CALDERÓN
PRESIDENTE DEL GOBIERNO DE LOS
CINCO DÍAS
(PUERTO NACIONAL, GAMARRA, 1832 –
BOGOTÀ, 1819)
Cuando la
historia habla de presidentes costeños, solo menciona a Rafael Núñez y a José
María Campo Serrano. Pero hubo un “gobierno de cinco días”, presidido por un
hombre nacido en el Cesar, aunque la historia no lo reconoce como hijo de esta
tierra.
Se trata
de Guillermo Quintero Calderón, nacido el 3 de febrero de 1832, en el pueblo
ribereño de Puerto Nacional, ubicado a orillas del Río Magdalena, hoy
corregimiento de Gamarra; el cual durante la Colo-nia se había conocido como
Puerto Real de Ocaña y actualmente después que el río cambió de cause y dejó
solo un brazo por donde fue su viejo recorrido, se llama Puerto Viejo.
La historia
del puerto de Gamarra está íntimamente ligada a la de la provincia de Ocaña
desde los orígenes mismos de esta ciudad, en la se-gunda mitad del siglo XVI,
al fundarse Ocaña, en 1568, como señala José Nicolás de la Rosa, “en un llano
de tierra doblada, circundado de serranías, que se divisan con algunas abras”[i].
En medidas de la época, Ocaña se encontraba a 150 leguas de la capital de la
provincia, en esos momentos Santa Marta, de las cuales 125 correspondían a la
navegación por el río y 25 al camino por tierra. Para llegar al río era
necesario reco-rrer una ruta “doblada de serranías, desde el puerto llamado
común-mente de Ocaña, que está a las orillas del dicho Río Grande, donde tiene
almacenes para hospedar pasajeros y asegurar sus haciendas”[ii]
Las condiciones
de localización de Ocaña, calificada por Antonio Julián como “la mejor ciudad
de la Provincia” de Santa Marta, rápidamente mostraron la necesidad de una vía
que la desembotellara y le permitiera comunicarse con el resto del país[iii].
El historiador ocañero Jorge Meléndez, en su obra sobre la Aguachica colonial,
señala que “la solución estuvo, para el siglo XVI, con la fundación del Puerto
Real de Ocaña, en 1570, y con su traslado posterior, en los años ochenta, cerca
de Aguachica”[iv], con lo
cual la montaña se acercaba al río y se solucionaba un problema de estabilidad
de los caminos.
La
capitulación de Francisco Fernández de Contreras, en su calidad de fundador,
contenía todos los privilegios de un fundador. Actuó como encomendero y
repartidor de los indios hacaritamas, cimitariguas y torcoromas, se adjudicó
las tierras ubicadas al occidente de la ciudad y adquirió los derechos sobre el
Puerto Real.
En razón de lo anterior, el Puerto Real quedaba
adscrito a la ciudad de Ocaña y todos los transeúntes que por allí pasaban
tenían que pagar derechos de alcabala, cuantificables por el peso en arrobas de
la mercan-cía introducida por el puerto; el producido se repartía entre el
rematador del puerto y la renta de propios para el cabildo, con la cual se construían
y mantenían los caminos. De ese impuesto o peaje estaban exentos los habitantes
de Ocaña, privilegio concedido por el fundador en recompensa por los
servicios, sacrificios y gastos de la conquista.
Debido a
esta condición, Quintero Calderón aparece como nacido Ocaña, cuando sus primeras luces las vio en
el puerto, llamado Puerto Nacional después de las guerras de independencia.
Allí, sus padres, después de haber emprendido un viaje hacia Bogotá, en donde tenían
planeado radicarse, y viendo las posibilidades que el Puerto ofrecía en ese
momento –en que la navegación a vapor era introducida en el país– instalaron un
próspero negocio comercial. En el viejo puerto, al lado de su padre, el ilustre
personaje se inició en las primeras letras y en los conocimientos de la
actividad productiva de la familia. Posteriormente fue enviado a la ciudad de
Mompox, epicentro cultural y académico del río Grande, en donde se hizo
bachiller del Colegio Pinillos, y posterior-mente se marchó a Bogotá en donde
se graduó en Leyes en el Colegio Mayor del Rosario.
Desde muy
joven demostró grandes habilidades para la política, la milicia y el comercio,
actividad en la cual ayudó mucho a su padre, un comerciante del puerto, a
quien le hacía todas las transacciones desde Mompox, mientras estudiaba el
bachillerato y, posteriormente, administraba sus negocios en Salazar de las
Palmas y San José de Cúcuta.
En la
política, fue uno de los grandes hombres con que contó la región durante la
segunda mitad del siglo XIX. Asistió al Congreso como Representante a la Cámara
y Senador, y fue elegido constituyente en dos opor-tunidades, en 1886 y 1910.
En la primera ocasión, participó en la constituyente que dio al país la
constitución más famosa que ha tenido, en la cual fue el promotor de la
eliminación definitiva de la pena capital en la Constitución Nacional, como una
huella fecunda que aún perdura.
Admirable
por sus ejecutorias políticas, por el prodigio de su personalidad y el
carácter de hombre probo en todo el sentido de la palabra, el escrutinio
nacional le otorgó reconocimientos y honores políticos que lo llevaron a ocupar
altas dignidades en el Estado colombiano como consejero de Estado, ministro de
gobierno y de guerra, designado (1892-1896), candidato presidencial en dos oportunidades
y presidente de la República por el término de una semana; además de general y
comandante en jefe del ejército de la República. Su carrera militar la había
iniciado muy joven al lado de Tomás Cipriano de Mosquera, combatiendo la
dictadura del general José María Melo. Después de participar en varias guerras
civiles fue nombrado, en 1888, gobernador del departamento de Santander;
alcanzó el rango de general en jefe del ejército de la República el 14 de
enero de 1891 y posteriormente fue elegido representante a la Cámara y senador
de la República.
A la más
alta dignidad de la nación llegó el 12 de marzo de 1896, siendo la suya una de
las más breves presidencias en la historia del país. Miguel Antonio Caro estaba
encargado del poder ejecutivo en calidad de vicepresidente, desde su posesión
en 1892, debido al marginamiento político del presidente Rafael Núñez y su
posterior muerte en 1894. Por razones que nunca fueron precisadas, Caro pidió
licencia para retirarse del poder y la persona constitucionalmente habilitada
para sucederlo era el General Guillermo Quintero Calderón, quien había sido
elegido designado el 12 de agosto de 1892, cuando se desempeñaba como
Coman-dante General del Ejército, y reelegido en 1894.
Al entregarle el cargo Caro le expresó en una carta
a Quintero Calderón:
Prestará Ud. por tanto, al encargarse del Poder
Ejecutivo, un gran servicio a la causa pública, y a mí personalmente, pues me
permite retirarme honorablemente y con ánimo tranquilo, quedando las riendas
del gobierno en las manos del hombre leal, del ciudadano benemérito que dos
veces consecutivas ha merecido la confianza del Congreso Nacional.[v]
Acompañado
del vicepresidente y el gobernador de Cundinamarca, el designado Quintero
Calderón tomó posesión del cargo, ante la Corte Suprema de Justicia, el 12 de
marzo de 1896 a la una de la tarde, pronunciando un breve discurso de unidad
nacional sin promesas ni pompas, que tuvo la mayor acogida entre la prensa de
los diversos matices políticos y también en el partido de gobierno, pues en él
tranquilizaba a las mayorías nacionalistas y llamaba a los diversos sectores a
la conciliación, al determinar como programa de su administración el
cumplimiento de las leyes y el logro de la concordia; además, señalaba su compromiso
de hacer respetar la religión católica como elemento esencial del orden social
y afirmaba que sobre esta base adelantaría sus políticas educativas y de
administración pública. A los conservadores disidentes y a los liberales, los
animaba anunciando una política de acercamiento y conciliación, lo cual se
reflejó en el gabinete que nombró y en la rectificación de la política
económica aplicada por Caro.
Pero
Miguel Antonio Caro venía de ser uno de los protagonistas del pesado ambiente
de la política nacional de finales del siglo XIX, generado por la
intransigencia y la imposición propias del período de la Regeneración, que se
caracterizaba por una política del exclusivismo y la intolerancia, con la cual
se recortaron los derechos civiles y se reprimió toda manifestación de la
crítica venida de quienes se consideraban contrarios a los postulados católicos
y conservadores. Su primera víctima era el liberalismo y, posteriormente, lo
fueron los disidentes conservadores que a partir de 1891 se iban apartando de
los conservadores nacionalistas en el poder; la oposición conservadora fue
ganando terreno, aprovechándose de los errores del gobierno de Caro, hasta
formalizar su separación definitiva en un documento de enero de 1896, conocido
como el “Manifiesto de los 21”, el cual, además de condenar la manera
arbitraria y personalista como se manejaba el conservatismo, concluía con un
llamado a renovar su dirigencia y reformar la Constitución.
Por la
misma época en que Quintero Calderón asumía el poder, Caro se encontraba de
descanso desde hacía algunos días en la población de Sopó, en el norte de
Bogotá, con el propósito de retirarse de la vida política. Este retiro le duró
poco, ya que el discurso de posesión de Quintero y la designación del nuevo gabinete,
hecha con criterio independiente y sin atender sus intrigas y consejas, debió
inquietarlo bastante, especialmente por su intención de rectificar la política
económica. Por eso, como señala Bayona[vi],
“su anhelo de concordia nacional tropezó con la ambiciosa y teatral actitud de
Caro”.
Refiriéndose
al discurso del nuevo presidente y al nombramiento del nuevo gabinete,
compuesto por tres conservadores nacionalistas y dos históricos, la prensa de
la época señalaba:
Se ha limitado en la presente ocasión a frases
sencillas, escasas de promesas, que ni define un programa político, ni da
asidero a las ilusiones o las esperanzas de ningún partido. En cambio, habiendo
hecho dimisión el Ministerio anterior, los nombramientos para llenar el
gabinete pueden servir como indicante de la política que se propone seguir el
nuevo Magistrado...[vii]
Y en una
circular publicada en El Republicano, los líderes oposicionistas de la época
manifiestaban: “Nombramiento señor Abraham Moreno para Ministro de Gobierno,
acrecen confianza garantías del sufragio y libertad de la prensa [sic].
Esperamos que esto aumentará la decisión de los liberales para concurrir a las
urnas”.[viii]
Por eso,
la piedra que rompió el cristal, golpeó cuando Caro se enteró de que Quintero
había nombrado como Ministro de Gobierno a Abraham Moreno un conservador
histórico, sector que acababa de publicar sus motivos de disidencia con Caro.
Esta designación despertó la expresión de beneplácito de los liberales, quienes
llevaban diez años de exclusión política. Moreno se había opuesto al cierre de
la prensa por parte del gobierno conservador, como una manera de permitir la
prensa libre y respon-sable para criticar y combatir los actos de la
administración. Caro inició ingentes esfuerzos para conseguir que Calderón
revocara el nombramiento, de Abraham Moreno, como ministro de gobierno,
aludiendo que había tenido un cargo secretarial en el gobierno de Marceliano
Vélez, su rival en Antioquia; su argumento consistía en que:
[...]es un gran error creer que se apacigua al
enemigo trayéndolo a los primeros puestos. Se les ensoberbece, y los leales se
resisten con justicia... la unidad de los elementos cristianos no se obtiene
nombrando cardenales protestantes... Esos señores pueden venir al poder cuando
tengan mayoría para ganar las elecciones o fuerza para ganar batallas.
Caro
había anunciado que si Quintero se empeñaba en mantener el nombramiento de
Moreno, reasumiría el mando. Pero Quintero, hombre de reconocido carácter, con
un claro programa de unificación y concordia dentro del partido regenerador, se
mantenía en su decisión y, resaltando las virtudes personales y políticas del ministro
Moreno, buscaba un acercamiento a los sectores marginados de la administración
pública, lo cual dejaba claro en la circular que había enviado a los
gobernadores el mismo día de su posesión, en la cual solicitaba trabajar por la
concordia, el saneamiento fiscal y la moralidad en el manejo de los recursos
públicos, procurando la amortización del papel moneda y el restablecimiento de
la circulación de la moneda metálica, así como controlar el gasto público,
proteger la industria, fomentar la libertad económica garantizando las
libertades públicas, y promover la instrucción pública, la educación del
ejército y el respeto a la Religión Católica. Muchos de estos principios reñían
con la política despótica de Caro.
Quintero
defendía su posición basado en el principio de que “la patria está por encima
de los agravios” y de que su idea era la reconciliación de Caro y Vélez, Reyes
y Roldán y de todos los amigos de la Constitución. No obstante su ánimo, estas
decisiones tropezaban con las ambiciones sectarias de Caro, quien el día 17 de
marzo reasumió el poder desde Sopó, y reformó el gabinete, nombrando como
Ministro de Gobierno al General Manuel Casablanca, a quien trasladó las tareas
del gobierno, antes regresar a Bogotá el 10 de abril siguiente. Además,
consiguió facultades para declarar la capital en estado de sitio en caso de que
hubiera manifestaciones contrarias al cambio de gobierno, debido a los rumores
callejeros de que habría oposición armada a su retorno al poder.
Los
motivos expuestos por Caro para reasumir el poder quedaron expresados en el
telegrama que, fechado el 17 de marzo, dirigió a todos los gobernadores del
país, en el cual les manifestaba:
Participo a V. Sª que por motivos graves y
cumpliendo el más penoso de los deberes, he reasumido hoy el ejercicio del
Poder Ejecutivo, como Vicepresidente de la República.
Al enterarse
el general Quintero de la decisión de Caro, aceptó callada-mente su derrota y
salió del palacio presidencial seguido de un solo sirviente que en un coche
conducía el baúl con sus pertenencias, hacia su humilde vivienda localizada en
el Puente de Lesmes, a donde llegaron posteriormente muchos conservadores a
vitorearle, sin que él se dejara ver. De esa manera se frustraba al país de un
promisorio futuro de unión nacional, que traslucía prosperidad y paz
republicana, y que tendría que esperar casi cuatro décadas más para iniciar.
La prensa
capitalina registró el “Gobierno de los cinco días”[ix]
con mucha benevolencia, así como la hombría, carácter y rectas intenciones del
nuevo gobernante, al tiempo que deploró el triste retorno de Caro al poder.
Sobre
este acontecimiento y particularmente sobre la actitud del Presi-dente Caro, el
escritor ocañero Félix Bayona Lázaro, comentaba que con ello Caro sólo alcanzó
a truncar “un futuro promisorio de unión nacional, que traslucía prosperidad,
como fruto de la paz republicana que en sus sueños había” [x].
Y acerca de la actitud de Quintero, el periódico El Republicano, del 21 de
marzo de 1896, señalaba: “Un gobernante que llega al poder a su pesar, que lo
ejerce según los dictados de su conciencia, y sereno ante la tormenta que
suscita su honradez, desciende inmediatamente de él sin amargura y con la
tranquilidad del deber cumplido”.
Caro
concluyó el mandato en medio de la crisis política desatada por la radical
división entre conservadores nacionalistas e históricos, acentuada con la
campaña presidencial para el período 1898-1904; además, a pesar de haber
participado durante dicha campaña, en 1987 los liberales continuaban
preparándose para la guerra. A la situación política se agregaría la económica,
debida a la caída de los precios del café y el deterioro de las importaciones y
el erario público en general, con un consecuente retraso en los sueldos
públicos, y el freno a las obras públicas. Todo ello llevó al gobierno a asumir
medidas impopulares como el monopolio en la producción de cigarrillos y
fósforos.
Mientras
tanto, las luchas de la oposición contra Caro, la crisis política de la
Regeneración, y el episodio del gobierno de los cinco días habían dado a
Quintero Calderón un prestigio tal, que este se mantendría en el escenario de
la política como una prominente figura del conservatismo histórico. Era así
como, al acercarse el debate electoral, se agitaba la vida política a finales
de 1896. Los conservadores republicanos se preparaban para participar con sus
mejores hombres en la contienda y poder derrotar a los nacionalistas
continuadores de la obra de Caro. La junta de notables republicanos o
históricos, reunida en Bogotá el 12 de marzo de 1897, designó por unanimidad a
Quintero Calderón como director de ese partido, lo cual suscitó la adhesión de
muchos copartidarios en toda la República.
Quintero
asumió la responsabilidad asignada y en la campaña para el período presidencial
de 1898-1904, se dedicó inicialmente a apoyar la candidatura presidencial del
general Rafael Reyes, en cuya fórmula él había sido postulado como candidato a
la vicepresidencia. En ese momento Quintero simbolizaba para el país el
patriotismo, el honor y la valentía, y para sus copartidarios la unidad y la
fraternidad conservadora. Por el otro lado, Caro, que se había inhabilitado
para ser candidato, buscaba el modo de seguir gobernando y para ello lanzó la
fórmula de Manuel Antonio Sanclemente a la presidencia y José Manuel Marroquín
a la vicepresidencia. Aspiraba con ello que el anciano presidente,
imposibilitado para gobernar, se excusara de venir a Bogotá y pudiera gobernar
el vicepresidente, a quien esperaba poder manejar a su manera. Por su parte,
los liberales, que no tenían ninguna posibilidad de ganar, presentaron la
fórmula de Miguel Samper y Foción Soto.
Caro
logró imponer su fórmula y el 7 de agosto, mientras Sanclemente permanecía de
reposo en Buga, Marroquín asumió el poder ejecutivo, teniendo rápidamente que
sortear la primera crisis política desatada por sus decisiones. Esta situación
llevó a Caro a maniobrar nuevamente, solicitándole a Sanclemente que hiciera
presencia en Bogotá. Este asumió el mando el 3 de noviembre, pero rápidamente
se enfermó y se retiró a Anapoima y con él gran parte del gabinete, dejando la
concentración del gobierno en el ministro de Gobierno Rafael María Palacio,
quien firmaba por el presidente. El país entró entonces en un caos político y
financiero, acompañado de censura de prensa, persecución a los líderes
liberales, corrupción y desgobierno, dando origen a la guerra que estalló el 18
de octubre de 1899. El gobierno declaró turbado el orden público en todo el
país, la contienda se generalizó, y la miseria se apoderó de campos y ciudades.
La
actitud de Quintero Calderón al enfrentar a Caro en las elecciones de 1898 una
de las más duras batallas que logró enfrentar en su vida política, demostró su
reciedumbre de carácter, su fortaleza de espíritu y su incólume voluntad de
libre pensamiento, que se manifestaron aún después de sucumbir altivo y
enhiesto frente a las maquinarias oficiales y las poderosas fuerzas del
clientelismo corrompido, que desde entonces se imponía en el país, orquestado
por quienes, audaces y soberbios, detentaban el poder para sí. Fue tanta la
grandeza que demostró en esa ocasión, que muy pronto desechó rencores y en
procura del bienestar nacional y el futuro de la patria, al decir de Lucio
Pabón Núñez, “prescindió erguidamente de sus resentimientos contra el
humanista”[xi].
Sin
declinar en su accionar político y a pesar de haber llegado a la edad de 68
años, Quintero junto con otros republicanos, entre quienes se encontraban los
generales Jorge Moya Vásquez y los hermanos Martínez Silva, decidieron asestar
el golpe de Estado contra Sanclemente, com-prometiendo al vicepresidente
Marroquín, con el apoyo de los liberales, mediante negociaciones hechas con Aquiles
Parra. Aprovechando la derrota de las fuerzas del gobierno en Sibaté el 31 de
julio de 1900, el general Moya Vásquez marchó sobre Bogotá y, apoyado por
ciudadanos conservadores, se apoderó sin ningún tropiezo de los cuarteles, con
excepción del cuartel de San Agustín, hacia el cual se dirigió Quintero
Calderón a disputar el mando al Ministro de Guerra, General Casablanca, al
tiempo que comprometían al vicepresidente Marroquín para que se encargara del
poder.
Con el
argumento de que las fuerzas y el público exigían un cambio de gobierno,
Marroquín se dirigió de inmediato a palacio, en donde asumió el poder; esa
misma noche designó a Moya comandante en jefe del Ejército, a Carlos Martínez
Silva en el Ministerio de Relaciones Exteriores y a Quintero Calderón en el
Ministerio de Gobierno, cargo del cual renunció Quintero para protestar por el
nombramiento del conservador guerrerista Arístides Fernández como Ministro de
Guerra, pues este había hecho modificar las intenciones conciliadoras
inicialmente manifestadas por Marroquín.
Quintero
Calderón antes de retirarse del gobierno, junto con Carlos Martínez Silva y
Miguel Abadía Méndez, habían iniciado conversaciones de paz con los rebeldes,
representados por Aquiles Parra; sin embargo, dichas conversaciones fueron
interrumpidas por intrigas de Fernández que provocaron la desautorización de
Marroquín. Todo ello acabó con las negociaciones cuyo objeto era poner fin a la
guerra.
El retiro
de los conciliadores del gabinete de Marroquín llevó al traste las
negociaciones de paz y dejó el camino expedito a los guerreristas que se
afianzaron en el poder. La guerra, que en gran parte se había apaciguado, se
recrudeció; el gobierno declaró la guerra a muerte a los rebeldes y estos
transformaron sus ejércitos regulares en guerrillas, con el fin de evitar caer
en manos del gobierno.
Quintero
permaneció en el Ministerio del Gobierno durante 17 meses, en los cuales
suscribió diversas determinaciones fuertes y represivas que buscaban detener el
impulso feroz de la rebeldía alzada en armas, no obstante ser partidario de un
armisticio con los rebeldes y de reformas que permitieran poner fin a la
guerra. Pero la tendencia guerrerista que comenzaba a cobrar fuerza en el
gobierno lo llevó a presentar su renuncia el 12 de diciembre de 1901, cuando en
carta dirigida al Presidente Marroquín argumentaba que estaba “persuadido
íntimamente de que es inútil para el bien público mi cooperación con el
gobierno”[xii] y que,
por tanto tenía el deseo absoluto de retirarse de todo cargo público.
Temeroso
de que Quintero fuese a engrosar las filas de la oposición, Marroquín no aceptó
su renuncia; pero al negarse aquel a autorizar el nombramiento de Arístides
Fernández como Ministro de Guerra, por considerarlo inoportuno para la política
de moderación y diálogo que hasta ahora venían desarrollando, decidió aceptar
su retiro y le ofreció un cargo en el Consejo de Estado. Ante tal ofrecimiento,
Quintero le replicó, en una carta del 11 de enero de 1902, en la cual demuestra
el talante de su personalidad y la solidez de sus principios, diciéndole:
Mi retiro de todo empleo público y de la política
militante a que ellos me obligan, obedece a escrúpulos de mi propia conciencia,
que yo, el primero, tengo que respetar en todo cuanto pueda menoscabar mi
probidad política y personal.[xiii]
Con la
renuncia al Ministerio de Gobierno y al Consejo de Estado, ter-minaba una etapa
de 50 años de servicios a la patria en la más variada gama de cargos públicos,
cuyos méritos reconoció el gobierno de Marroquín, al concederle a Quintero, el
3 de diciembre de 1902, una pensión vitalicia de mil quinientos pesos.
Sin
embargo, a pesar de ser ya septuagenario, después de pensionarse Quintero
Calderón volvió a tener una activa vida política y en 1903 fue elegido senador
por la Provincia de Ocaña, en cuya calidad fue designado miembro de la Junta
Consultiva del Gobierno, llevando una vida apacible entre el Congreso, cuya
presidencia llegó a ostentar para esta época, y las tertulias bogotanas de
entonces. Al agitarse la nueva campaña electoral y dado el prestigio político
que había consolidado, Quintero Calderón fue señalado por el Nuevo Tiempo como
posible candidato presidencial, junto con Rafael Reyes y Marceliano Vélez. Pero
el prudente anciano, ya despojado de los ímpetus de guerrillero que lo
caracterizaron en las décadas de los sesenta y setenta, más bien se había
vuelto amigo de la concordia y el progreso, viendo con horror los errores
gubernamentales, por lo cual desistió de participar en la contienda.
El 7 de
agosto de 1904, Rafael Reyes se posesionó como Presidente de la República
intentando desde un principio una apertura hacia el liberalismo, que se había
abstenido de participar en la contienda electoral. Reyes nombró ministros
liberales y fue combatido por sus intentos progresistas. En 1905 el Gobierno
entró en conflicto con el Congreso, el cual, ante los rumores de una guerra
civil, dejó de sesionar y convocó a una Asamblea Nacional. Quintero Calderón se
ubicó en la oposición, endilgándole a Reyes el calificativo de dictador,
criticando su política fiscal y acusándolo de propiciar la penetración
norteamericana; al mismo tiempo fustigó a la Iglesia Católica por contemporizar
con el gobierno de Reyes.
Quintero
Calderón condensó sus experiencias legislativas en la obra Bosquejo de
enmiendas políticas[xiv],
en la que además realizó algunas apreciaciones sobre administración y derecho
constitucional, proponiendo reformas políticas de carácter utópico, y comenzó a
pensar como el verdadero jurista que se había formado y que los agites de la
vida pública no le habían permitido desarrollar.
El tratado con Estados Unidos sobre Panamá
precipitó la crisis del gobierno de Reyes, quien había logrado prolongar su
período a cinco años; una ola anti americana empezó a recorrer el país y surgió
la Unión Republicana, que congregaba a líderes de diferentes matices liberales
y conservadores, en medio de una gran confusión política en el país. El 7 de
junio de de 1909, Reyes encargó a Jorge Holguín de la Presidencia, desde el
municipio de Gamarra tierra natal de Quintero Calderón y viajó al exterior. El
20 de julio, el Congreso eligió para el cargo de Primer Magistrado del país,
para concluir el período presidencial, al vicepresidente Ramón González Valencia,
a quien Reyes, temeroso de una conspiración similar a la de Marroquín,
suspicazmente había hecho renunciar. González Valencia no se consideraba en
capacidad de sacar adelante al país y, como él mismo señaló en una carta
dirigida a Luis Martínez Silva, “Sólo el deber me obligó a ocupar el puesto, y
este solamente me hará continuar en él para el período de mi elección, que
afortunadamente es corto”[xv].
El acto
más importante de su mandato, fue la convocatoria en 1910 de una Asamblea
Nacional Constituyente. Quintero Calderón, quien en ese momento había integrado
con entusiasmo las filas del partido republicano, el cual se enfrentaba con el
partido conservador, y pese a su avanza-da edad de 78 años, fue elegido
nuevamente como constituyente para reformar la Constitución de 1886, de cuyo
Consejo Nacional de Delegatarios también había hecho parte, para lo cual fue
nombrado el 24 de septiembre de 1885 como primer suplente del General José
Santos quien, a su vez, había sido nombrado en representación del Estado de
Santander.
La
participación de Quintero en el Consejo de Delegatarios de 1885 había sido
reconocida por el mismo cuerpo legislativo, cuando en sesión del 30 de
septiembre de 1885, al resolver una solicitud de licencia pre-sentada por él,
expresó:
No se concede licencia que se solicita. El Consejo
Nacional estima en cuanto valen el patriotismo e inteligencia con que el H.
Delegatario Quintero Calderón presta sus servicios al país en esta Corporación,
sin perjuicio de que continúe prestándolos como jefe militar, con la
abnegación, que le constituye uno de los más merecedores hijos de la República.[xvi]
La
participación histórica de Quintero Calderón en la Asamblea Constituyente
reformadora de la Constitución del 86 dio como resultado de sus esfuerzos nada
menos que la aprobación que consiguió para abolir definitivamente la pena de
muerte por cualquier delito, aunque su madurez política y su sapiencia jurídica
le permitieron aportar luces en las demás reformas sustanciales que recibió la
Carta en esa ocasión, muchas de las cuales se mantuvieron vigentes hasta su
reemplazo en 1991.
Después
de su participación activa en la Constituyente de 1910, el deterioro de su
salud lo fue alejando poco a poco del trajín de la política; no obstante, al
comenzar la Primera Guerra Mundial realizó una intervención pública para
aconsejar a sus copartidarios el respaldo a los aliados, a quienes consideraba
“defensores de los principios y anhelos de libertad democrática, enfrentados
al despotismo y a la tiranía”.
Su muerte
le llegó diez días después de haber cumplido 87 años, en la fría tarde bogotana
del 14 de febrero de 1919, en medio de la escasez y en la soledad, ya que por
dedicar todas las energías de su vida a la actividad pública, había descuidado
sus bienes, sus pertenencias e incluso a su propia familia, ya que no pudo
asistir a los funerales de su esposa, padres y hermanos. Quienes de él se
beneficiaron material o intelectual-mente, lo abandonaron en la recta final de
su vida, incluido su amigo personal el presidente conservador Marco Fidel
Suárez, quien por celos políticos se negó a asistir a los funerales y delegó en
el Ministro de Gobierno la firma del decreto de honores para el ilustre
personaje.
Solo
gente humilde y jóvenes estudiantes se acercaron a rendirle tributo de
admiración en sus funerales. Y Jorge Eliécer Gaitán, en representación de las
juventudes liberales pronunció un lírico discurso en el cual se destacan las
siguientes palabras, que manifiestan claramente la admiración que despertaba
este hijo ilustre de la tierra cesarense entre sus contemporáneos:
Antes que claveles y lágrimas, siemprevivas y
laureles regados sobre el mármol bruñido del sepulcro que os ha de dar glacial
abrigo, quisiera oír el voto solemne de imitaros en el amor a las ideas, hoy
ante vuestro cadáver...[xvii]
[i] De la Rosa José Nicolás. Floresta de la
Santa Iglesia Catedral de la ciudad y provincia de Santa Marta. Banco Po-pular,
Bogotá, 1975, p. 213.
[iv] Meléndez Sánchez, Jorge. La tierra de don Antón.
Estudio sobre Aguachica colonial. Bogotá: Universidad Pedagó-gica nacional. S.
f. p. 51.
[v] Banco de la República. Los constitu-yentes de 1886.
Juan de Dios Ulloa, Guillermo Quintero Calderón, Antonio Carreño. Tomo 2.
Banco de la Re-pública, Bogotá, 1986, p. 259.
[vii] Editorial del periódico El Derecho, del 13 de marzo
de 1896, que con la autoría de Valentín Aldana, fue titulado ¿Política nueva?
[viii] Ver: Circular de beneplácito del Co-mité
Eleccionario del Partido Liberal, publicada en el periódico El Republicano, el
16 de marzo de 1896. Fir-mada por Parra (Aquiles), Camacho (Salvador), Ezquerra
(Nicolás), Ro-bles (Luis Aurelio), Mendoza y Uribe y suscrita por Espinosa como
Secre-tario.
[ix] Aguilera, Mario. “Cien años del gobier-no de los
cinco días. Guillermo Quinte-ro Calderón y Miguel Antonio Caro”. En: Revista
Credencial Historia, Nº 82, Bogotá, octubre de 1996.
[xi] Citado por Bayona Lázaro, Félix. En: Guillermo
Quintero Calderón, Boletín Hacaritama. Ocaña, S. f.
[xii] Quintero Calderón, Guillermo. Carta dirigida al
Presidente Marroquín, 12 de diciembre 1901. Consultada en: Ban-co de la
República, op. cit., p. 269.
[xv] Columna editorial “El General Quin-tero Calderón y
el Partido Republica-no”. Publicada por El Tiempo. Enero 21 de 1915.
BIBLIOGRAFÍA
-
Aguilera,
Mario. “Cien años del gobierno de los cinco días. Guillermo Quintero Calderón y
Miguel Antonio Caro”. En: Revista Credencial historia. Nº 82, Bogotá, octubre
de 1996.
-
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Imágenes
del presidente Guillermo Quintero Calderón
General Guillermo Quintero Calderón en traje militar.
Fotografía de la Colección J.J. Herrera, Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá
Guillermo Quintero Calderón y Miguel Antonio Caro como Senadores en 1903.
Dibujo de Alberto Urdaneta,
mayo 15 de 1884. Biblioteca Nacional, Bogotá.
Guillermo Quintero Calderón
Oleo de Silvano Cuellar,1904,Museo Nacional de Colombia,Bogotá.
Otros
datos Biográficos
El presidente Guillermo
Quintero Calderón es hijo de Don Idelfonso Quintero Rizo y de Doña Dolores
Calderón; Se casó con Doña Josefa Peinado Guerrero con quién tuvo cuatro hijos:
Octavio Quintero Guerrero, Libia Quintero Guerrero, Elías Quintero Guerrero y
Orsina Quintero Guerrero.
Libia
Quintero Guerrero se casó con Ángel Ovalle y de esa unión nació Ricardo Ovalle Quintero,
quien contrajo matrimonio con Clara Rizo
de Pompo.
Orsina
Quintero Guerrero se casó con Gastón Charles Raphael Julien
Lelarge y de dicha unión nació Rafael Lelarge Quintero quién se casó con
Soledad Mesa y procreó a dos hijos:
Rafael Lelarge Mesa y Lucía lelarge Mesa.
Rafael Lelarge Mesa se
casó con Luz Gómez Olarte y de dicha unión nacieron 4 hijos: María Claudia
Lelarge Gómez, Mauricio Lelarge Gómez, Andrés lelarge Gómez y Mónica Lelarge
Gómez.
Lucía lelarge Mesa se casó
con Humberto Linares, teniendo dos hijos: Santiago Linares Lelarge y María de
Los Ángeles Linares Lelarge.
De los hijos varones del
General Guillermo Quintero Calderón, Octavio
y Elías Quintero Guerrero, no se le conoce descendencia.
Tomado de Genealogía
Colombiana, Familiares y Parentela de los Presidentes de la República de
Colombia. Presidente Guillermo Quintero Calderón (1896).-Elaboró Julio Cesar
García Vásquez (Sept. 2011).
La Academia de Historia
del Cesar, recuperando la memoria histórica de los personajes del caribe colombiano, publica esta biografía-Ilustres Desconocidos. Protagonista de su Tiempo,
GUILLERMO QUINTERO CALDERÓN, Presidente del Gobierno de los Cinco Días (Puerto
Nacional, Gamarra, 1832 – Bogotá),de la autoría del doctor Simón Martínez Ubárnez, Miembro de
Número de la Academia de Historia del Cesar.
César Emilio Sánchez Vásquez
Miembro de Número de la Academia de Historia del Cesar.
Editor del Blog:Personajes de la Ciudad de los Reyes, Valle de Upar y Región Caribe de Colombia.
Esta biografía hace parte de los Personajes de la Ciudad de los Reyes, Valle de Upar y Región Caribe de Colombia, publicación de la Academia de Historia del Cesar, recuperando la memoria histórica.
Nota: Al terminar la lectura de cada biografía, encontrarás el signo de google g +1.
Guillermo Quintero calderon es mi tatarabuelo
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